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- Mi perro ha muerto.
Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.
- Allí, no más abajo,
ni más arriba, se juntará conmigo alguna vez.
- Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz fría.
- Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.
- Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero
que para mí jamás fue un servidor.
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